Hace unos cuantos años, casi más de los que puedo recordar, me subí con un amigo a pasar unos días al chalet que tienen mis padres en la sierra aprovechando que una de mis hermanas aún confiaba en mi buen hacer y me dejaba su coche. Una vez allí, nos moveríamos en moto a todos los lados por lo que tampoco abusaría del préstamo.
Íbamos por la carretera de Colmenar inmersos en uno de esos silencios tan largos que refuerza nuestra amistad y nos hace entendernos aún más, pasado el cuartel militar de El Goloso, cuando sucedió algo raro que nos hizo empezar a hablar el uno con el otro. Algo que nos sacó de la rutina así, sin más, sin nada extraño que hubiésemos hecho para merecerlo o que hubiéramos notado con anterioridad. Escuché un ruido inusual en el coche y me pareció curioso que hubiéramos comenzado una conversación de buenas a primeras sin ningún previo. No, aquello era otra cosa.
- (Silencio y ruido) Oye Javi, has oído eso?
- Sí. Pero no sé lo que es! Me ha parecido que era fuera del coche pero ...
- Qué raro! Le comento mientras miro por el espejo interior del coche. Oye! Mira por el espejo. Aquello que ves volando es nuestro?
- Cómo que si es nuestro? Que si es nuestro el qué?
- Pues aquello que se va volando por ahí!
- (Mira él por el espejo) Pues a lo mejor, pero qué es?
- (Otro de nuestros silencios mientras sigo conduciendo con normalidad) Es que ... es que ... tenía una forma que ... no sé, eh! quizá sea una tontería, pero a mi que me parece que era nuestro parachoques!
- Qué era qué?
- Sí. El parachoques trasero del coche. Que lo que ha salido volando era el parachoques y ha aterrizado en la mediana de la carretera.
- Tú estás tonto?!?! Cómo va a ser ...
Y me miró. Y le miré. Y nos cruzamos las miradas y los dos entendimos la situación. Y vio mi cara. Esa cara que lo dice todo y no hace falta explicar nada. Esa cara de la persona a la que siempre le pasan este tipo de cosas y ya empieza a tomárselo con naturalidad. La cara del que ante una situación extraña empieza a pensar en lo más raro y eso es lo que ha pasado.
- Sí, dijo, quizá tengas razón. Pero qué hacemos ahora?
- Pues tendremos que parar e ir a ver qué es lo que ha pasado.
- Parar aquí, en medio de la carretera?
La situación no me asustó lo más mínimo. Él estaba hablando con la persona más experimentada en esto de saltar en mitad de una vía pública a recoger cosas que ha perdido por el camino. Además, si bien esta era una carretera nacional sólo tenía 2 carriles, pecata minuta comparado con los 3 más el de incorporación de la Castellana. Sería coser y cantar.
- Tú confía en mi. Te pones a mi espalda y no te separes de mi lo más mínimo.
Y aparqué. Encontré la entrada a una finca a 1 km del lugar de los hechos y nos bajamos del coche. Lo primero era comprobar si estábamos en lo cierto con la teoría manejada aunque yo ya no tenía ninguna duda de ello. Y sí, lo estábamos. Parecía que el coche había salido de un desguace. Se trataba de un AX cuyo parachoques es de plástico y ahí estaba el hueco. Por un momento pensé si ya me lo habían dejado así, pero no, me hubiera dado cuenta al meter las cosas en el maletero. Pues nada chaval, vamos allá!
Y ahí que nos fuimos por la carretera, los dos andando por el arcén derecho regresando a Madrid hasta que pensamos que ya habíamos llegado al lugar del incidente y cruzamos a la mediana porque ahí lo vimos por última vez.
- No deberíamos haber llegado ya? No se voló por aquí?
- Pues no sé, la verdad. Quizá sí. Sigamos andando porque no lo he visto.
En esos momentos de la búsqueda te asaltan a la cabeza preguntas tan absurdas como qué forma tenía? cómo era? color? Como si no fueras a reconocerlo y te llevaras otro por equivocación que no es el tuyo. Imagínate la faena de llegar cargado a tu coche con un parachoques después de haber recorrido 2 kms por la carretera como para que no sea el tuyo. Vamos! Que no que no! Que antes de coger uno cualquiera había que cerciorarse bien que era el correcto. Es lo que tienen las carreteras nacionales, que están llenas de parachoques en las medianas!
- Mira! Es ese!
- Pues sí, ese es! Joé! Y no se ha roto ni nada. Está perfecto! Qué bueno jeje! Yo que creía que lo encontraríamos por fascículos! Pues nada, uno de cada punta y andando con él al coche.
Cuando llegamos al coche nos costó meterlo en el maletero. No era momento de ponernos ahí a intentar colocarlo no fuera que se nos volara otra vez. Al llegar al chalet, unas cuantos martillazos en los lugares apropiados y un poquito de fuego para quemar el plástico en sitios clave y como nuevo. Nunca mais volvió a pasar.
Sin embargo este hecho me dejó un pelín tocado y desconfiado con los coches, por lo que durante una larga temporada abusé de la moto ya que dejando a un lado alguna caída que otra no me había dado tantos disgustos como aquellos. Además, la moto era mía y, en el peor de los casos, las consecuencias las pagaría yo. Y así fue.
Estando en el chalet en Cerceda, me fui con mi cuñado a Villalba en moto. Son unos 9 kms de distancia entre un pueblo y otro por carretera comarcal de 2 sentidos y en medio queda Moralzarzal. Había que recoger no sé qué cosas en Villalba y decidimos ir en la Vespa. La ida transcurrió sin notas que reseñar, pero a la vuelta la moto empezó a fallar. No era la primera vez que me daba tirones, pero aquellos tenían peor pinta que de costumbre y cuando llegó la cuesta de entrada a Moralzarzal, no pudo. No soportó la presión y dijo que no seguía. Se paró.
Nos dejó tirados en mitad de la cuesta y sin saber bien qué hacer. Bueno, sin saber bien qué hacer mi cuñado, porque como no es raro en mi yo ya había sufrido esa experiencia no mucho tiempo atrás.
- Qué le pasa a la moto?
- Pues nada, que se ha parado, nos ha dejado tirados.
- Pero algo será! La bujía o lo que sea pero algo le pasará!
- Pues sí, algo le pasará pero como no sé lo que es pues estamos igual.
- Y ahora qué? (No podíamos llamar a nadie porque por aquél entonces ni existían los tlfs móviles ni teníamos tlf fijo en la casa). Empujamos la moto hasta casa? Sólo son 3-4 kms.
- Ni pensarlo! Me niego!
- Cómo que te niegas Rafa? Entonces qué quieres hacer? La dejamos aquí y volvemos otro día a por ella?
- Si hombre! No no, ya habrá otra solución.
- Y cuál dime tú? Lo mejor es que la empujemos entre los dos y la llevemos al taller que hay en el pueblo y ahí la miren.
- Qué no! Que yo no arrastro la moto hasta casa!
- Pero por qué?! Qué pasa por llevarla empujando hasta casa? Si somos 2 y sólo 4 kms! 5 como mucho. En una horita estamos allí. Por qué dices que no?
Me sometió a tanta presión que se lo tuve que contar. Le conté cómo meses atrás pinché la rueda trasera en ese trayecto y no pude cambiarla por la de sustitución porque no la llevaba ya que no la quise poner en su sitio antes de salir y no pude desenroscar el tapón del aire de lo fuerte que estaba y echarle la espuma infladora en caso de pinchazos. Consecuencia, ir arrastrando la moto hasta casa durante casi 2 horas de lo que pesaba aquél muerto que se movía hacia todos los lados, llegar chorreando de sudor como si me hubiera duchado y, lo que es peor, oír las gracias y bromas de todo el que pasaba en coche al lado. No. Me negaba. Esa situación no quería volverla a vivir.
En parte me entendió, sobre todo cuando vio que la rueda de sustitución seguía sin estar en su sitio. Pero esto no sería igual porque al no estar pinchada la moto se arrastraría con mayor facilidad. Y bien? Cierto, mucho me dolía aquello pero no quedaba otra, había que empujarla.
Comencé yo. Quizá por la experiencia que en estos casos es un grado quizá porque era mía o quizá porque él se puso a andar delante y me dejó con el muerto. No sé porqué pero empecé yo a empujar y cuando estaba en mitad de la segunda cuesta vi la luz. Se me apareció un ángel disfrazado del frutero del pueblo.
- Alfonso, Alfonso! Que ese es el frutero del pueblo!
- Y?
- Pues eso! Que es el frutero y quizá nos pueda ayudar!
- Si? Cómo?
- Pues yo qué se! Pero ahí tiene su furgoneta parada y quizá podamos meter la moto en la furgoneta y llevarla por lo menos hasta el pueblo.
- Pues anda, díselo a ver qué pasa!
- (Me acerco al señor que estaba en la puerta del jardín de una casa hablando con el dueño de la misma) Oiga! Hola! Si, verá. No se si sabe quien soy de vista pero es que ...
- Pues no!
- Bueno, soy un vecino de Cerceda y es que me ha dejado tirado la moto aquí y ...
- Y?
- Pues que me ha dejado tirado la moto y me preguntaba si nos podía ayudar. Como veo que ahí tiene la furgoneta pues si no le importaría que metiéramos la moto dentro y llevarnos al pueblo.
- El señor se lo piensa unos instantes, mira al otro con el que estaba hablando, duda .... Bueno, vale, el portón está abierto, así que mete la moto dentro. Y sigue hablando con el otro.
Voy a donde está mi cuñado y le doy la buena noticia. Que sí! Que nos lleva!. Abrimos el portón trasero de la furgoneta e intentamos meter la moto. Imposible. Esa moto pesa un quintal y solo entre dos somos incapaces de levantarla un metro del suelo para poder meterla en la furgoneta. Se nos movía para todos los lados y no podíamos hacerlo. Me acerco de nuevo al frutero y le comento si nos puede ayudar. Si ya le hacía poca gracia el llevarnos la moto en la furgoneta menos le hacía que le cortara de hablar con el otro señor y que le pidiera que nos ayudara. A desgana o no, lo hizo.
Y es ahí cuando me doy cuenta de la realidad de la situación. Hasta ese momento estaba más centrado en mi problema y en buscarle una solución rápida que no me di cuenta de cuál era la solución que se nos presentaba.
- (...) A ver chaval, me dice el frutero, levantamos la moto entre los 3 y cuando apoyemos la rueda delantera en la furgoneta, te subes a ella y desde dentro tiras con fuerza para ti. Vale?
- Vale vale. Vamos, a la de 3! 1 ... 2 ... y ... ahora!
- Bien! Ya está. Hala súbete!
Y cual chico obediente me subí. Y cuando me subo y miro bien dentro de la furgoneta. Pe pe pero ... pero y esto?!?! qué hago con todo esto? La furgoneta no estaba vacía, en absoluto, estaba llena de fruta y verdura que el buen samaritano había comprado en algún centro al por mayor para venderla luego en su frutería.
- No te preocupes, por la moto encima.
- Qué! Cómo voy a poner la moto encima!
- Que sí chaval! Si quieres que te lleve la moto ponla encima de todo.
Y ahí me tenéis pisoteando toda la fruta y verdura que el hombre iba a vender posteriormente en la tienda. Al principio pensé en lo que podía ser menos deteriorable con mi peso encima, pero no había forma. Como no había manera de mantener la moto sujeta y en pie porque aquello era todo menos una superficie lisa y uniforme, no sé muy bien a quién se le ocurrió la brillante idea de que yo debía ir dentro con toda la carga sujetando la moto. Y así lo hicimos.
Mi cuñado se sentó cual persona normal de copiloto del frutero y yo iba mientras dentro de la cabina de carga pisoteando todo el producto, encorvado porque no entraba de alto en la furgoneta y cuando había baches me golpeaba la cabeza y la chepa contra el techo, con una mano apoyada en el lateral de la misma y la otra sujetando la moto y cayéndome indistintamente hacia uno otro lateral según iban llegando las curvas de la carretera y sudando cual pollo del calor que hacía ahí dentro y del esfuerzo realizado. Cada vez que perdía el equilibrio luego no sabía donde poner los pies; encima de las patatas?, la lechuga?, de los tomates estaba claro que no porque aplastados no quedaban bien en la ensalada; aquello que parecían alcachofas, ooohhhh!!!! siiii, ahí sí!, si hasta tienen nombre de pisotón (alca-chof-as), sin reparo y haciendo daño, así cobraba venganza de mi infancia cuando me obligaban a comérmelas cuando las odiaba ... o los plátanos? Tienen la piel dura y moteada por lo que una marca de rueda de moto nadie la distinguiría ...
El hombre se debió creer que no dejaba de ser una carga como otra cualquiera y menuda velocidad cogió. Quería llegar cuanto antes al destino y debió pensar que yo iba cómodo en esa posición. Mi único pensamiento aparte de dónde sujetarme era que la guardia civil del pueblo no nos parara por pensar que era una furgoneta sospechosa y quisiera ver la carga. Si lo hacían, entendería que sin preguntar si quiera abrieran fuego y me dejaran ahí seco por pensar en tráfico ilegal de blancos y motos. La fruta era la tapadera.
Cuando por fin llegamos a la puerta de la frutería en el pueblo, la gente se quedó alucinada. Esperaban con ansia ver llegar el nuevo género y vaya que si lo vieron!. Creo que al salir me cebé con las cebollas a las que tampoco tengo mucho aprecio, sé que pagaron justas por pecadoras, pero pienso que era lo único que me quedaba así a simple vista por catar. Bajamos la moto y le dimos las gracias al frutero mientras se formaba un pequeño corrillo de gente en las cercanías.
Al día siguiente fui a la tienda pero me resultó incapaz comprar nada. Hubiese sido un bonito gesto de agradecimiento por mi parte correspondiendo la gentileza suya, pero no pude. Cuando miraba la fruta y verdura no podía dejar de pensar en cómo llegó el producto ahí. Aguanté un par de carcajadas cuando la señora de turno le decía al frutero la buena pinta que tenían algunos productos. Si ella supiera...
Desde entonces como poca fruta, creo que es entendible.
Íbamos por la carretera de Colmenar inmersos en uno de esos silencios tan largos que refuerza nuestra amistad y nos hace entendernos aún más, pasado el cuartel militar de El Goloso, cuando sucedió algo raro que nos hizo empezar a hablar el uno con el otro. Algo que nos sacó de la rutina así, sin más, sin nada extraño que hubiésemos hecho para merecerlo o que hubiéramos notado con anterioridad. Escuché un ruido inusual en el coche y me pareció curioso que hubiéramos comenzado una conversación de buenas a primeras sin ningún previo. No, aquello era otra cosa.
- (Silencio y ruido) Oye Javi, has oído eso?
- Sí. Pero no sé lo que es! Me ha parecido que era fuera del coche pero ...
- Qué raro! Le comento mientras miro por el espejo interior del coche. Oye! Mira por el espejo. Aquello que ves volando es nuestro?
- Cómo que si es nuestro? Que si es nuestro el qué?
- Pues aquello que se va volando por ahí!
- (Mira él por el espejo) Pues a lo mejor, pero qué es?
- (Otro de nuestros silencios mientras sigo conduciendo con normalidad) Es que ... es que ... tenía una forma que ... no sé, eh! quizá sea una tontería, pero a mi que me parece que era nuestro parachoques!
- Qué era qué?
- Sí. El parachoques trasero del coche. Que lo que ha salido volando era el parachoques y ha aterrizado en la mediana de la carretera.
- Tú estás tonto?!?! Cómo va a ser ...
Y me miró. Y le miré. Y nos cruzamos las miradas y los dos entendimos la situación. Y vio mi cara. Esa cara que lo dice todo y no hace falta explicar nada. Esa cara de la persona a la que siempre le pasan este tipo de cosas y ya empieza a tomárselo con naturalidad. La cara del que ante una situación extraña empieza a pensar en lo más raro y eso es lo que ha pasado.
- Sí, dijo, quizá tengas razón. Pero qué hacemos ahora?
- Pues tendremos que parar e ir a ver qué es lo que ha pasado.
- Parar aquí, en medio de la carretera?
La situación no me asustó lo más mínimo. Él estaba hablando con la persona más experimentada en esto de saltar en mitad de una vía pública a recoger cosas que ha perdido por el camino. Además, si bien esta era una carretera nacional sólo tenía 2 carriles, pecata minuta comparado con los 3 más el de incorporación de la Castellana. Sería coser y cantar.
- Tú confía en mi. Te pones a mi espalda y no te separes de mi lo más mínimo.
Y aparqué. Encontré la entrada a una finca a 1 km del lugar de los hechos y nos bajamos del coche. Lo primero era comprobar si estábamos en lo cierto con la teoría manejada aunque yo ya no tenía ninguna duda de ello. Y sí, lo estábamos. Parecía que el coche había salido de un desguace. Se trataba de un AX cuyo parachoques es de plástico y ahí estaba el hueco. Por un momento pensé si ya me lo habían dejado así, pero no, me hubiera dado cuenta al meter las cosas en el maletero. Pues nada chaval, vamos allá!
Y ahí que nos fuimos por la carretera, los dos andando por el arcén derecho regresando a Madrid hasta que pensamos que ya habíamos llegado al lugar del incidente y cruzamos a la mediana porque ahí lo vimos por última vez.
- No deberíamos haber llegado ya? No se voló por aquí?
- Pues no sé, la verdad. Quizá sí. Sigamos andando porque no lo he visto.
En esos momentos de la búsqueda te asaltan a la cabeza preguntas tan absurdas como qué forma tenía? cómo era? color? Como si no fueras a reconocerlo y te llevaras otro por equivocación que no es el tuyo. Imagínate la faena de llegar cargado a tu coche con un parachoques después de haber recorrido 2 kms por la carretera como para que no sea el tuyo. Vamos! Que no que no! Que antes de coger uno cualquiera había que cerciorarse bien que era el correcto. Es lo que tienen las carreteras nacionales, que están llenas de parachoques en las medianas!
- Mira! Es ese!
- Pues sí, ese es! Joé! Y no se ha roto ni nada. Está perfecto! Qué bueno jeje! Yo que creía que lo encontraríamos por fascículos! Pues nada, uno de cada punta y andando con él al coche.
Cuando llegamos al coche nos costó meterlo en el maletero. No era momento de ponernos ahí a intentar colocarlo no fuera que se nos volara otra vez. Al llegar al chalet, unas cuantos martillazos en los lugares apropiados y un poquito de fuego para quemar el plástico en sitios clave y como nuevo. Nunca mais volvió a pasar.
Sin embargo este hecho me dejó un pelín tocado y desconfiado con los coches, por lo que durante una larga temporada abusé de la moto ya que dejando a un lado alguna caída que otra no me había dado tantos disgustos como aquellos. Además, la moto era mía y, en el peor de los casos, las consecuencias las pagaría yo. Y así fue.
Estando en el chalet en Cerceda, me fui con mi cuñado a Villalba en moto. Son unos 9 kms de distancia entre un pueblo y otro por carretera comarcal de 2 sentidos y en medio queda Moralzarzal. Había que recoger no sé qué cosas en Villalba y decidimos ir en la Vespa. La ida transcurrió sin notas que reseñar, pero a la vuelta la moto empezó a fallar. No era la primera vez que me daba tirones, pero aquellos tenían peor pinta que de costumbre y cuando llegó la cuesta de entrada a Moralzarzal, no pudo. No soportó la presión y dijo que no seguía. Se paró.
Nos dejó tirados en mitad de la cuesta y sin saber bien qué hacer. Bueno, sin saber bien qué hacer mi cuñado, porque como no es raro en mi yo ya había sufrido esa experiencia no mucho tiempo atrás.
- Qué le pasa a la moto?
- Pues nada, que se ha parado, nos ha dejado tirados.
- Pero algo será! La bujía o lo que sea pero algo le pasará!
- Pues sí, algo le pasará pero como no sé lo que es pues estamos igual.
- Y ahora qué? (No podíamos llamar a nadie porque por aquél entonces ni existían los tlfs móviles ni teníamos tlf fijo en la casa). Empujamos la moto hasta casa? Sólo son 3-4 kms.
- Ni pensarlo! Me niego!
- Cómo que te niegas Rafa? Entonces qué quieres hacer? La dejamos aquí y volvemos otro día a por ella?
- Si hombre! No no, ya habrá otra solución.
- Y cuál dime tú? Lo mejor es que la empujemos entre los dos y la llevemos al taller que hay en el pueblo y ahí la miren.
- Qué no! Que yo no arrastro la moto hasta casa!
- Pero por qué?! Qué pasa por llevarla empujando hasta casa? Si somos 2 y sólo 4 kms! 5 como mucho. En una horita estamos allí. Por qué dices que no?
Me sometió a tanta presión que se lo tuve que contar. Le conté cómo meses atrás pinché la rueda trasera en ese trayecto y no pude cambiarla por la de sustitución porque no la llevaba ya que no la quise poner en su sitio antes de salir y no pude desenroscar el tapón del aire de lo fuerte que estaba y echarle la espuma infladora en caso de pinchazos. Consecuencia, ir arrastrando la moto hasta casa durante casi 2 horas de lo que pesaba aquél muerto que se movía hacia todos los lados, llegar chorreando de sudor como si me hubiera duchado y, lo que es peor, oír las gracias y bromas de todo el que pasaba en coche al lado. No. Me negaba. Esa situación no quería volverla a vivir.
En parte me entendió, sobre todo cuando vio que la rueda de sustitución seguía sin estar en su sitio. Pero esto no sería igual porque al no estar pinchada la moto se arrastraría con mayor facilidad. Y bien? Cierto, mucho me dolía aquello pero no quedaba otra, había que empujarla.
Comencé yo. Quizá por la experiencia que en estos casos es un grado quizá porque era mía o quizá porque él se puso a andar delante y me dejó con el muerto. No sé porqué pero empecé yo a empujar y cuando estaba en mitad de la segunda cuesta vi la luz. Se me apareció un ángel disfrazado del frutero del pueblo.
- Alfonso, Alfonso! Que ese es el frutero del pueblo!
- Y?
- Pues eso! Que es el frutero y quizá nos pueda ayudar!
- Si? Cómo?
- Pues yo qué se! Pero ahí tiene su furgoneta parada y quizá podamos meter la moto en la furgoneta y llevarla por lo menos hasta el pueblo.
- Pues anda, díselo a ver qué pasa!
- (Me acerco al señor que estaba en la puerta del jardín de una casa hablando con el dueño de la misma) Oiga! Hola! Si, verá. No se si sabe quien soy de vista pero es que ...
- Pues no!
- Bueno, soy un vecino de Cerceda y es que me ha dejado tirado la moto aquí y ...
- Y?
- Pues que me ha dejado tirado la moto y me preguntaba si nos podía ayudar. Como veo que ahí tiene la furgoneta pues si no le importaría que metiéramos la moto dentro y llevarnos al pueblo.
- El señor se lo piensa unos instantes, mira al otro con el que estaba hablando, duda .... Bueno, vale, el portón está abierto, así que mete la moto dentro. Y sigue hablando con el otro.
Voy a donde está mi cuñado y le doy la buena noticia. Que sí! Que nos lleva!. Abrimos el portón trasero de la furgoneta e intentamos meter la moto. Imposible. Esa moto pesa un quintal y solo entre dos somos incapaces de levantarla un metro del suelo para poder meterla en la furgoneta. Se nos movía para todos los lados y no podíamos hacerlo. Me acerco de nuevo al frutero y le comento si nos puede ayudar. Si ya le hacía poca gracia el llevarnos la moto en la furgoneta menos le hacía que le cortara de hablar con el otro señor y que le pidiera que nos ayudara. A desgana o no, lo hizo.
Y es ahí cuando me doy cuenta de la realidad de la situación. Hasta ese momento estaba más centrado en mi problema y en buscarle una solución rápida que no me di cuenta de cuál era la solución que se nos presentaba.
- (...) A ver chaval, me dice el frutero, levantamos la moto entre los 3 y cuando apoyemos la rueda delantera en la furgoneta, te subes a ella y desde dentro tiras con fuerza para ti. Vale?
- Vale vale. Vamos, a la de 3! 1 ... 2 ... y ... ahora!
- Bien! Ya está. Hala súbete!
Y cual chico obediente me subí. Y cuando me subo y miro bien dentro de la furgoneta. Pe pe pero ... pero y esto?!?! qué hago con todo esto? La furgoneta no estaba vacía, en absoluto, estaba llena de fruta y verdura que el buen samaritano había comprado en algún centro al por mayor para venderla luego en su frutería.
- No te preocupes, por la moto encima.
- Qué! Cómo voy a poner la moto encima!
- Que sí chaval! Si quieres que te lleve la moto ponla encima de todo.
Y ahí me tenéis pisoteando toda la fruta y verdura que el hombre iba a vender posteriormente en la tienda. Al principio pensé en lo que podía ser menos deteriorable con mi peso encima, pero no había forma. Como no había manera de mantener la moto sujeta y en pie porque aquello era todo menos una superficie lisa y uniforme, no sé muy bien a quién se le ocurrió la brillante idea de que yo debía ir dentro con toda la carga sujetando la moto. Y así lo hicimos.
Mi cuñado se sentó cual persona normal de copiloto del frutero y yo iba mientras dentro de la cabina de carga pisoteando todo el producto, encorvado porque no entraba de alto en la furgoneta y cuando había baches me golpeaba la cabeza y la chepa contra el techo, con una mano apoyada en el lateral de la misma y la otra sujetando la moto y cayéndome indistintamente hacia uno otro lateral según iban llegando las curvas de la carretera y sudando cual pollo del calor que hacía ahí dentro y del esfuerzo realizado. Cada vez que perdía el equilibrio luego no sabía donde poner los pies; encima de las patatas?, la lechuga?, de los tomates estaba claro que no porque aplastados no quedaban bien en la ensalada; aquello que parecían alcachofas, ooohhhh!!!! siiii, ahí sí!, si hasta tienen nombre de pisotón (alca-chof-as), sin reparo y haciendo daño, así cobraba venganza de mi infancia cuando me obligaban a comérmelas cuando las odiaba ... o los plátanos? Tienen la piel dura y moteada por lo que una marca de rueda de moto nadie la distinguiría ...
El hombre se debió creer que no dejaba de ser una carga como otra cualquiera y menuda velocidad cogió. Quería llegar cuanto antes al destino y debió pensar que yo iba cómodo en esa posición. Mi único pensamiento aparte de dónde sujetarme era que la guardia civil del pueblo no nos parara por pensar que era una furgoneta sospechosa y quisiera ver la carga. Si lo hacían, entendería que sin preguntar si quiera abrieran fuego y me dejaran ahí seco por pensar en tráfico ilegal de blancos y motos. La fruta era la tapadera.
Cuando por fin llegamos a la puerta de la frutería en el pueblo, la gente se quedó alucinada. Esperaban con ansia ver llegar el nuevo género y vaya que si lo vieron!. Creo que al salir me cebé con las cebollas a las que tampoco tengo mucho aprecio, sé que pagaron justas por pecadoras, pero pienso que era lo único que me quedaba así a simple vista por catar. Bajamos la moto y le dimos las gracias al frutero mientras se formaba un pequeño corrillo de gente en las cercanías.
Al día siguiente fui a la tienda pero me resultó incapaz comprar nada. Hubiese sido un bonito gesto de agradecimiento por mi parte correspondiendo la gentileza suya, pero no pude. Cuando miraba la fruta y verdura no podía dejar de pensar en cómo llegó el producto ahí. Aguanté un par de carcajadas cuando la señora de turno le decía al frutero la buena pinta que tenían algunos productos. Si ella supiera...
Desde entonces como poca fruta, creo que es entendible.
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