lunes, 4 de abril de 2011

El Metro

Soy una de esas personas a las que le ha afectado de lleno la crisis. El más claro ejemplo de ello es que ahora voy a trabajar en Metro y, antes, sin embargo, iba en autobús. Podéis pensar que no hay gran diferencia, pero ya lo creo yo que la hay!.

Te levantas por la mañana ajeno a todo. Con más o menos humor te diriges andando hacia la parada de Metro más cercana a tu casa y empiezas jugando … vamos a ver cuantos pasos soy capaz de dar con los ojos cerrados en línea recta sin chocarme con nada. Venga, va, hasta esa farola … y los vas contando y cada vez andas más y más despacio por miedo a tropezar con algo, algo que no existe porque ya te habías fijado antes que no había nada en 50 metros a la redonda. No has llegado, los has abierto antes!! Uff! Es que era mucha distancia, venga va, hasta esa papelera de ahí …

Y con estos jueguecitos absurdos llegas a los 15 minutos a la entrada del Metro. Abres los ojos el tiempo suficiente para enfilar la puerta, porque en cuanto pasas el umbral los vuelves a cerrar por el aire. La bocanada que te llega es tan fuerte que no sabes por qué cierras los ojos y aguantas la respiración hasta que media hora más tarde sales del Metro y la vuelves a retomar.

Bajas unas pequeñas escaleritas y observas cuál es la puerta de cristal que está abierta. Da igual que sea de salida o de entrada, eso no importa, tú haces cola para pasar por la que está abierta. Al lado, hay otras 4 cerradas, pero no te la juegas a intentar abrirlas y no poder con su peso. Si están cerradas, será por algo. Seguro que antes alguien lo intentó y no pudo con ellas.

Observas que ya no quedan taquillas como las de antes y las que hay están vacías, por lo que te diriges a las cajas automáticas a sacar tu abono del mes. Después de seleccionar el abono que no es, por fin das con el tuyo y pagas con la tarjeta de crédito. No funciona!! Un mensaje te indica que no lee tu tarjeta … ya! Seguro? Pero si el otro día en la tienda funcionó?!? No te queda otra que pagar con dinero pero … y si realmente te han cobrado de la tarjeta y ahora pagas por 2ª vez? Te va a tocar esperar hasta fin de mes, mirando todos los días la cuenta bancaria para comprobar que efectivamente no te lo han cobrado. Qué tensión! Yo por eso no saco mi abono hasta el último día, para no sufrir. Bueno, una vez se me pasó el plazo y lo compré el 1er día de mes … ni contar el mesecito que pasé!.

Con el ticket aún en la mano lo metes en el torno y sigues andando, pero no contabas con que no funcionaba y te golpeas con la máquina en una zona muy dolorosa. Lo retiras incrédulo -joé, si te lo acabas de comprar cómo es que no funciona!- y cuando quieres meterlo de nuevo, ya no puedes, el viajero que va justo detrás de ti no podía esperar ni un segundo y ya está con su ticket metiéndolo en la máquina.

Es en este momento cuando te entra una duda existencial … me puedo poner el 1º del torno de al lado o tengo que esperar la cola entera? Porque claro, tú ya estabas ahí antes que ninguno. Y decides hacer la cosa intermedia, dejas pasar a uno pero te metes inmediatamente detrás. Sigue sin funcionar!!! Y te das cuenta que llevas en la mano el abono que acabas de comprar que es para el mes siguiente. Lo cambias y pasas. Ay, qué cabecita tengo!, te vas pensando.

Mientras vas guardando el abono continúas andando y llegas a tu escalera mecánica y te asalta una pequeña duda que no dura nada, escasos segundos, de si ponerte a la derecha o bajar andando por la izquierda. Es el tiempo justo para que de un empujón decidan por ti y te manden a la derecha. Si venías algo dormido, ya te han despertado de golpe.

Hay una regla no escrita pero respetada por todos en el Metro: aquí no se pide perdón por nada. Si te empujan, te aguantas, ya tendrás tiempo tú de empujar a alguien en tu trayecto y desquitarte. Pero nunca, nunca pidas perdón, jamás!, está mal visto. Si esperas eso de alguien, haberte ido en autobús … Nenaza, esto es el Metro!.

Después de recorrer cientos de pasillos interminables estás llegando al andén con un par de periódicos, una encuesta hecha, un zumo de papaya de propaganda para el que has esperado una cola, un seguro de vida y una nueva cuenta bancaria abierta en el banco de turno. Escuchas como llega un tren y observas si dobla gente la esquina o los que llevas delante corren. Sí, efectivamente, es tu tren, y comienzas a moverte con el muy bien llamado trote cochinero. Ni corres ni andas, es una mezcla en la que te bamboleas sin compás y, cuando estás cerca y el conductor te ha visto … piiiii!! Se empiezan a cerrar las puertas. Ahora corres como no lo has hecho antes y entras dando un salto y girando en el aire tipo Matrix. Estás contento, dos por uno: has entrado y además ya has golpeado a alguien al hacerlo.

Tenemos suerte que los andenes en España no son como en Londres, con mamparas de cristal separando la vía del andén. No me quiero ni imaginar la de gente estampada por no calcular bien. El tren que llega, se abren las puertas de cristal, la gente corre, salta … y estampados contra el tren porque el conductor no ha hecho coincidir puerta de vagón con la de cristal … ufff! Qué golpe!

Pero tú ya estás dentro, que es de lo que se trataba. Cuando retomas el aire, observas a la gente: chicos jóvenes sentados en el suelo escuchando la música del móvil sin cascos, algunos durmiendo, otros andando por dentro del vagón, los más leyendo uno de los miles de periódicos del vecino, otros haciendo equilibrios por no sujetarse y poder golpear a alguien, haciendo los sudokus de otros … pero lo que más llama la atención de todo, sin duda alguna … cuánta gente fea hay!!! Ostras!! Luego en la calle no ves tanta, por qué??!?!.

Y me pongo a sonreír. Sí, me he fijado que si sonríes por la mañana desentonas. Bueno, desentonas si sonríes por la mañana, al mediodía, por la tarde … Que se fastidien, que piensen que soy feliz, que les de rabia.

Ensimismado estoy en estas reflexiones, agarrado a la barra para no caer, cuando llegamos a la siguiente estación y entra gente a tropel. Por qué siempre hay alguien que se apoya en tu barra y te aplasta los dedos? Y qué haces entonces, le acaricias la nuca, le rascas la espalda? No, aguantas el dolor para demostrar que tú estabas antes y que si a él no le importa, a ti tampoco.

Y llega tu parada. Con los dedos amoratados sin sangre intentas pulsar el botón de la puerta y no se abre. Tranquilo, ya habrá alguien que se encargue de darle por ti y te mire como perdonándote la vida … oye! Que si no fuera porque no siento los dedos yo también lo hubiera hecho, que sé hacerlo!.

Pero si la 1ª regla no escrita del Metro es que no se pide nunca perdón, la 2ª es que no se admite la duda. Las puertas ya están abiertas y no te has movido en el primer milisegundo, por lo que los viajeros que intentan salir te empujan contra la muralla de gente que intenta entrar. Porque esta es otra, por qué la gente colapsa las salidas y siempre hay alguien que ya ha entrado antes de que todos salgan? La consigna es que no salgan los feos a la calle?

Con el mareo del parón en seco del vagón en mitad de las estaciones, los frenazos y los empujones, te diriges al transbordo. Entre tanto túnel y gente sabes perfectamente cuál es tu camino, allá donde esté la escalera mecánica estropeada. No falla, siempre es la tuya.

Vuelves a llegar a otro andén de distinta línea, pero el tren se acaba de ir. En el reloj indica que llegará en 2 minutos pero … te lo crees, te fías? Puedes mirar tu reloj y cronometrar disimuladamente hasta que venga para comprobar si es verdad, pero es demasiado friqui y además alguien te puede ver y pensar, con razón, que estás pirado … 1, 2, 3, 4 … te pones a contar los segundos en bajito y así nadie se percata. Cuando entra en la estación no sabes si es a tiempo o no porque te has perdido en la cuenta.

Por fin llega tu parada. Ya has sufrido lo que es salir lento de un vagón y no estás dispuesto a que vuelva a suceder lo mismo, así que esta vez lo haces embalado y consigues una buena posición al llegar a las escaleras mecánicas. Te pones en la izquierda y estás subiendo a buen ritmo, incluso golpeando a algún que otro viajero que está a la derecha cuando, a escasos 3-4 escalones del final del tramo, el que va delante de ti se para en seco y decide que ya no anda más, que espera que la escalera le lleve. Ni él contaba con tu empujón ni tú con su frenazo … tablas.

Ya estás cerca de la salida y sigues vivo, amoratado y con bultos como un serpa, pero vivo al fin y al cabo. Te relajas, te confías, y ese es tu error. Crees que para salir por los tornos hay que hacer lo mismo que para entrar y sacas de nuevo el abono transporte para picar (en el peor de los casos sacas las llaves de casa … esto ya merece estudio aparte). Tranquilo, aún puedes disimular haciendo como que miras algo, pocos se han dado cuenta y a esos, también les habrá pasado alguna que otra vez.

Y llegas a las últimas puertas, esas de cristal en las que en una de ellas pone en un letrero gigantesco “abre fácil” y jamás has visto abierta. Imposible. Nadie nunca ha podido abrirla. Y aprovechas que alguien ha abierto otra y te planteas el salir sin tocarla, sin usar las manos, pasando por el huequecito que deja el de delante y que se las apañe el de detrás. Esto es un logro, el mayor éxito que puede alcanzar un viajero del Metro. Cruzar una puerta sin tocarla …. Uaahhh!! Qué pasada! Te ves capacitado, sabes que es difícil pero puedes hacerlo. Y cuando estás en ello, el de delante no la ha abierto lo suficiente y cuando la suelta no estás lo suficientemente pegado a él y se te viene encima. Tu planteamiento era no tocarla, así que te cuesta cambiar el chip e intentas sujetarla casi sin fuerza, así, como de pasada, levemente … y no puedes con su peso. Estás haciendo el ridículo y tienes que sacar ambas manos para frenar el golpe y sacar fuerzas de donde no las tenías … si es que me tenía que haber pegado más al de delante!!!! Piensas.

Ya te quedan pocos Metros para la superficie, sólo las últimas escaleras, el tiempo justo para echar una carrerita al que llevas junto a ti y hacerte el encontradizo con esa persona que has visto en los vagones pero que no te apetecía mucho hablar con ella en el Metro. El Metro no está para hablar y menos por las mañanas, es sabido por todos.

Ya en la superficie, retomas el oxígeno y entras contento en la oficina … ya no hay feos.